¡Sí, ahí está Dios! A Dios lo encontramos en todas las circunstancias de nuestra vida, sólo tenemos que mirarlo. Autor: Pedro García, misionero claretiano | Fuente: Catholic.net | |
Siempre que hablamos de Dios lo hacemos con un gran amor --no digamos ya con un gran respeto--, y siempre tratamos de crecer en la fe, en la confianza y en el amor de ese Dios que nos ama y que nos espera.
Cualquiera diría que esto es muy fácil, y, sin embargo, todos tenemos la experiencia --porque lo oímos mil veces-- de que muchos, cuando sufren algo que les parece injusto, tienen miedo a Dios y dudan de todo: dudan de que Dios exista, dudan de que les ame, y dudan de que Dios les reserve algún bien, y se preguntan: - Si Dios existe, si Dios me ama, ¿por qué Dios no me escucha? ¿Por qué ha de mandarme este sufrimiento? ¿Por qué tiene que venirme este mal? Esta queja la oímos muchas veces. Pero, ¿no es cierto que Dios nunca está más cerca de nosotros que cuando sufrimos, como el papá y la mamá sobre el niñito que se ha agravado?... Se cuenta muchas veces lo que ocurrió en el más terrible campo de concentración y de exterminio de la Segunda Guerra Mundial. Estaban formados todos los prisioneros ante un espectáculo macabro, contemplando al compañero colgado en la horca. En medio del silencio aterrador, se levanta una voz estremecedora: - ¿Y dónde está Dios? Ante este grito de un descreído, se alza la voz de un creyente, mientras su dedo señala al que cuelga del patíbulo: - ¡Dios está ahí! Cierto. Allí estaba Dios, allí estaba Jesucristo, que extendía a aquel campo de la muerte su propia muerte en la cruz. Porque Dios estaba junto a la horca y las cámaras de gas para salvar a las víctimas inocentes, como estaba en el Calvario esperando que Jesús muriese y fuera sepultado, para resucitarlo después con gloria. Dios no quiere nuestros males. Dios pedirá cuentas a los causantes del dolor ajeno. Dios nos librará definitivamente un día de todo lo que ahora nos atormenta. Si tenemos estas convicciones, la prueba se convierte en resignación cristiana y en mérito ante Dios. Ciertamente, que el dolor es un misterio. ¿Por qué Dios permite el mal? No lo sabremos nunca en este mundo. En este mundo estamos viendo el tapiz o el bordado al revés: todo son hilos que se entrecruzan en un desorden feo y sin ninguna dirección fija. Habrá que mirarlo por el otro lado para asombranos de la obra de arte que allí se esconde. Únicamente en la vida futura entenderemos el dolor de este mundo, cuando veamos que esas pruebas han sido el camino --angustioso, pero seguro-- por el que Dios nos ha llevado a la salvación. La gran respuesta a nuestra pregunta la tenemos en Jesucristo clavado en la cruz. Inocente como Jesús, ninguno. ¿Y por qué Jesús ha tenido que sufrir como nadie en este mundo? Cuando parece que Dios se ha escondido en nuestra vida es precisamente cuando nos mira con más amor. Está detrás de las cortinas de la ventana mirando cómo caminamos por la calle del mundo; nosotros no lo vemos, pero a Él no se le escapa ninguno de nuestros movimientos. No entendemos su Providencia, pero sabemos besar su mano amorosa cuando nos permite algún mal. La palabra de Job es una de las más repetidas de toda la Biblia: - Si recibimos los bienes de la mano de Dios, ¿por qué no vamos a recibir los males? Males que no nos vienen de la mano de Dios, pero que son permitidos por Dios para nuestro bien. Le preguntaron un día a Teresita: - ¿Has tenido que sufrir hoy también muchos dolores? - Sí, pero porque los quiero. Yo quiero todo lo que me envía Dios. En esta respuesta de la querida Santa está la clave que resuelve todo el problema. Para ella, nos se trataba solamente de resignación y de simple aceptación. Era más. Era querer lo que Dios quería, haciendo de las dos voluntades una sola. Esto es el colmo de la virtud cristiana. Esto es lo que hacen tantos hermanos nuestros, de quienes decimos que están en lo más alto de la santidad. El mal, por otra parte, no puede triunfar. Dios le tiene puesto un límite del cual no pasará. Dios no quiere que nuestra vida sea un fracaso. Si permite la tempestad es para dar después la bonanza. Si consiente que los ojos derramen lágrimas, es para convertirlas después en júbilo y alegría. Dios siempre hace brotar una rosa en medio de las espinas. El dolor entonces, sostenido con valentía, se convierte en la elegancia de la vida. Un sabio escritor nos lo dice bellamente: - El dolor, para los que viven en el Espíritu, se convierte en el más recio hilo telefónico, por el cual transmitimos a Dios un himno de amor, como el más hermoso saludo que los hijos pueden dirigir a su Padre, inspirado por el Espíritu Santo. Hay que repetirse constantemente ese eslogan tan conocido: ¡Dios me ama! El día en que nos convencemos de ello, y sabemos vivir la realidad que entraña, ese día se ha encontrado la clave misteriosa de la felicidad verdadera. |
Historia de la salvacion
viernes, 19 de septiembre de 2014
Meditacion diaria, l9-09-14
lunes, 7 de octubre de 2013
sábado, 5 de octubre de 2013
La oración es acompañar a un Dios que se hace vulnerable y que toma sobre sí mi pecado. Es mirar cómo me ama, cómo sufre, cómo es herido y cómo en silencio sube hasta la cruz por mí. Es escuchar ese corazón abierto, entrar en Él para nunca más volver a salir. Es contemplar el rostro de Dios en un Cristo que se deja deformar por el odio cruel, y así formar en mí el cielo de la redención.
"Llevaban además otros dos malhechores para ejecutarlos con él. Llegados al lugar llamado Calvario, le crucificaron allí a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!» Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino». Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso». (Lucas 23, 32-33; 39-43)
¿Quién eres tú "Buen ladrón"?
El primer paso que tenemos que dar en la oración es saber quiénes somos, dónde estamos en nuestra vida. Tenemos un nombre, una historia, unas heridas, unos pecados que conllevan consecuencias. Muchas veces esta realidad nos abruma y pensamos que nos impide rezar y tener un profundo encuentro con Cristo.
Nuestra realidad es precisamente la que nos lleva a acercarnos a Cristo, nuestra cruz es la que nos conduce como un barco hacia el encuentro con Dios en el mar de su misericordia. Desde la cruz, clavados, flotamos y avanzamos hacia el corazón de Dios. Es más, la cruz es el encuentro de un ladrón que le quitó la gloria a Dios, y que se presenta ante el tesoro infinito de Cristo que se deja robar porque Él nada pierde y todo lo gana con su amor.
Tenía que morir...
Este buen ladrón llevaba escuchando todo tipo de gritos hacia Cristo. Apenas se sostenía sobre la cruz. Buscaba como distraer su mente del terrible dolor de los clavos. Buscaba respirar con gran esfuerzo. En medio de su lucha, escucha unas palabras que le llaman la atención: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen".
Esta frase logró que se olvidase de su dolor para fijar su mirada ante aquel hombre tan interesante. Sus ojos apenas se podían abrir, su rostro estaba cubierto de sangre y sudor. Pero en un momento dado, tras decir esa frase se giró y se sintió traspasado por su mirada. Entendió que era justo, no se quejaba, miraba constantemente al cielo, como buscando algo o a Alguien. Sostenía su respiración y de vez en cuando bajaba la cabeza para mirar también a una mujer que fija a sus pies no cesaba de abrazar sus pies. Era sin duda su Madre.
De repente, entre este cruzarse miradas, y distraerse fijándose en este supuesto Mesías, su otro compañero gritó: "¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!".
Entremos en el corazón del buen ladrón para ver lo que sucedió:
Esta frase penetró su corazón. Algo había pasado mientras acompañaba a Cristo con su mirada al cielo y a su Madre. No sabía explicarlo, pero no, este hombre no podría salvarse y salvarles. No era su misión. Este hombre estaba condenado. Tenía que morir. Y él comprendió por qué. Por eso dijo a su compañero: "¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena"
Estaban sufriendo la misma condena que Dios.
Acuérdate-hoy
Si quería salvarse él, Cristo tenía que morir. De un modo sencillo y humilde reconoció su divinidad. Sufrían la misma condena de Dios, pero no sólo eso, se dio cuenta de que Dios estaba sufriendo por ellos y en lugar de ellos.
La cruz se le hizo ligera, la respiración regresó con fuerza para poderle decir a Jesús: "Acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino"
¡Acuérdate! Sí, no me olvides Jesús.
Este buen ladrón, con su humildad y acto de fe, le está pidiendo a Jesús que se acuerde de él, que no es sino pedirle que lo meta en su corazón. Este es el significado de la palabra acordarse. "Méteme en tu corazón y no me dejes salir de allí".
Este es el camino de la oración, siguiendo los pasos del buen ladrón:
1. Ponernos en presencia de Dios, un Dios cercano que me acompaña y sufre conmigo y en mi lugar.
2. Hacer silencio para escucharlo.
3. Abrir los ojos para mirarlo y contemplar cómo sus ojos van al cielo y a la Madre.
4. Hacer una confesión de fe y pedirle que nos esconda en su corazón.
2. Hacer silencio para escucharlo.
3. Abrir los ojos para mirarlo y contemplar cómo sus ojos van al cielo y a la Madre.
4. Hacer una confesión de fe y pedirle que nos esconda en su corazón.
Y el buen Señor, Cristo, con su corazón débil, pero amoroso como siempre, hace un esfuerzo para decirle que Hoy estará en su corazón, es más, que ya llevaba mucho tiempo dentro de ese corazón, "desde antes de formarte en el vientre yo te conocía y te amaba" (Jr. 1, 5).
Así es el don de Dios. Es un amor del "hoy", no del mañana. La oración es el encuentro del hoy de Dios y del pecado del hombre. Es un grito confiado para que Él se acuerde de nosotros, nos introduzca en su corazón y así vivir en el paraíso.
La cruz es la puerta de toda bendición porque de ella cuelga el Amor de nuestra vida. Con la cruz siempre viene Cristo. ¡No temamos!
La cruz es la puerta de toda bendición porque de ella cuelga el Amor de nuestra vida. Con la cruz siempre viene Cristo. ¡No temamos!
PARA LA ORACIÓN
1. Desde tu propia cruz, la que Dios permita, vivir esta oración abriéndose al amor del "hoy" de Dios.
2. Repetir durante el día esta oración: "Jesús, si mi corazón se rompe pégalo; si mi corazón se escapa atrápalo; si mi corazón no es tuyo, ¡róbamelo!"
2. Repetir durante el día esta oración: "Jesús, si mi corazón se rompe pégalo; si mi corazón se escapa atrápalo; si mi corazón no es tuyo, ¡róbamelo!"
miércoles, 2 de octubre de 2013
Mujeres que acompañaban a Jesús.
"Recorrió a continuación y pueblos, proclamando y anunciado la Buena Nueva de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, un administrados de Herodes; Susana y otras muchas que los servía con sus bienes". (Lc. 8, 1.3).
"Recorrió a continuación y pueblos, proclamando y anunciado la Buena Nueva de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, un administrados de Herodes; Susana y otras muchas que los servía con sus bienes". (Lc. 8, 1.3).
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